Cuento: "Balas Rezadas" Escrito por Isaac Contreras
- isaac contreras
- 1 sept 2024
- 7 Min. de lectura

Al amanecer, en lo alto de la sierra, la niebla devora los caminos que llevan a un pequeño pueblo, a simple vista, parece atrapado en el tiempo: Casas de adobe y ramas secas, calles de tierra labrada, trabajo de campo, la cantina y una iglesia en el centro, cuyo campanario resuena cada mañana, marcando el inicio de un nuevo día, de una vida cíclica.
Pero debajo de esa tranquilidad aparente, el pueblo escondía un secreto oscuro, una práctica que unía la fe y la muerte de una manera perturbadora.
Un hombre de edad avanzada, recargado en el gran portón, con su taza de café de olla humeante, escucha las campanadas mientras observa al pueblo. Su barba blanca y ojos cansados parecen cargar el peso de innumerables pecados ajenos. La gente lo respeta; algunos incluso le temen, es el padre Benito, el párroco de la iglesia.
“Un día es similar a otro, así pasa la vida…” piensa al ver al pueblo, la misma vista todos los años, gente rumbo al campo… niños jugando descalzos… madres cocinando… misas…. algunos funerales… fiestas del pueblo… pero, algunas noches, la gente del pueblo lo sabe, llegan las luces desde la niebla y es preferible no salir de casa, esconderse y rezar.
Hoy será una de esas noches, y no hay manera de saberlo solo llegan sin avisar…
El padre observa su cafe, contemplándolo se disuelve aquel día hasta el anochecer, las chicharras son la sinfonia del pueblo mientras duermen, existe el silencio que puede delatar una pisada o una puerta abrirse, así descansan todos, también el padre Benito que duerme placido en su recamara en la casa detrás de la iglesia.
Las luces atraviesan la niebla en la sierra, el rugido de motores devora el silencio. El sonido de camionetas a gran velocidad avanzan por el camino hacia el pueblo, el padre despierta abruptamente, no solo el rugir de los motores lo alarma, sino la música que las acompañaba, corridos que hablan de muerte y poder. La música retumba por las calles vacías, mientras los faros, gritos, cantos de las camionetas rompen la quietud del pueblo al llegar.
El padre Benito se levanta, con el corazón latiendo, recorre toda la iglesia hacia el gran portón, lo abre de par en par, observa las camionetas negras que frenan bruscamente frente a la iglesia. cegado por un instante, comprende lo que se avecina. Los motores se apagan, pero la música sigue sonando, un eco siniestro que recorre como serpiente cada rincón del pueblo que despierta asustado.
De las camionetas descienden hombres sombrerudos, con rostros cubiertos, que por instantes se iluminan sus ojos con el brillo que producen sus extravagantes joyerías, en cuello y brazos, también en algunas armas largas, bañadas en oro que cuelgan de sus hombros.
Los hombres rodean la iglesia, asegurándose de que nadie se acerque, el líder del grupo, un hombre de aspecto imponente, es el ultimo en bajar, es lo opuesto al padre, delgado, cabello negro corto, sin barba ni bigote, vestido con colores extravagantes pero bien planchado, fajándose la camisa y acomodándose su arma y se pone le sombrero, camina hacia el padre Benito con pasos pesados,
Su sombrero oculta gran parte de su rostro, pero los ojos que se asomaban por debajo del ala eran fríos y calculadores.
—Padre —dijo el hombre con una voz grave, casi un gruñido, se hinca y quitándose el sombrero continua—. Venimos a pedir su bendición... como es tradición
El padre Benito traga saliva, tratando de mantener la compostura. Sabe lo que eso significa; lo ha hecho antes.
El padre mira cómo las luces de las casas se van apagando al fondo, mira a todos los sicarios, mira el cielo oscuro llenarse de la música, una punzada en el estomago recorre su cuerpo.
—Claro, hijo, pasen… —nervioso el padre extiende sus brazos al interior de la iglesia.
El líder de los sicarios hace una seña, la música se corta de golpe, todas las armas apuntan al sacerdote, uno de los hombres abre la parte trasera de una de las camionetas. Adentro, cajas llenas de municiones, granadas, misiles.
—Todos son bienvenidos en la casa del Señor —Dice el padre.
Los sicarios comienzan a descargar las cajas, y llevarlas al interior de la iglesia, mientras llevan acabo esa tarea, el líder del grupo se acerca al padre y lo mira directamente a los ojos.
—Padre, por su gran bendición y la del señor… le tenemos una donación…Sabemos que usted tiene sus... gustos —dice el líder con una sonrisa, la piel del padre se erizara. Busca con su mirada si alguien más escuchó aquello.
El líder truena los dedos, otro sicario abre la puerta de una de las camionetas, el padre abre los ojos sorprendido, dos sicarios empujan a una niña, no mayor de doce años, con los ojos llenos de terror. vestida con ropas simples, pero su cara estaba sucia y tiene las muñecas amarradas. El padre Benito siente un nudo en el estómago al ver la expresión en el rostro de la niña, una mezcla de miedo y resignación que le resultaba demasiado familiar, que hace latir su corazón.
—Sabemos que le gustan mucho los coches, pero más le gustan las... —dijo el líder señalando con los ojos mientras sueltan las manos de la niña.
El padre Benito asustado apresura para que nadie viera aquello. Por dentro se siente invadido por una mezcla de emociones que no puede ignorar. Hace años que se había corrompido, aceptando estos regalos a cambio de sus servicios celestiales, pero cada vez que veía los rostros de las niñas y niños que le traían, algo en su interior se retorcía y no podia controlar.
El pueblo, con su fachada tranquila y devota, no tenía idea de los verdaderos pecados del padre Benito. Lo ven como un hombre de Dios, que los cuida de los sicarios y da su vida para luchar contra el mal, sin saber que bajo la sotana se ocultaba un alma corrupta, que se regocijaba en los lujos y placeres que los sicarios le ofrecían a cambio de su bendición.
La niña era llevada a la recamara y los sicarios colocaban las balas sobre el altar… así comienza una bendición más, a la media noche
Con las manos en el aire y rociando el agua bendita, el padre con biblia en mano y frente al altar pronuncia:
—…Que estas balas encuentren su destino, que no haya resistencia en su camino, y que cumplan con el juicio divino que les ha sido asignado, que cada arma cumpla su propósito y que aquellos que sean dueños de los destinos de cada bala no sufran y tengan una muerte digna y lleguen a lado de nuestro señor todo poderoso, que los espera en su manto, y que los….
Los sicarios hincados escuchan atentos y reciben la bendición divina, algunos oran, otros se persignan para poder realizar aquel trabajo. Al fondo, el líder de los sicarios observa la escena completa.
Esta por enfrentar el momento más decisivo de su vida delictiva. Como gran fiel de la religión inculcada por su padre y madre, venía siempre a encomendarse antes de cada gran conflicto, cuando las palabras y los sobornos ya no eran efectivos, la traición y la sangre abrían sus puertas. Necesita la bendición y aquel ritual.
—Con la protección de arriba, solo así podré estar en la cima —susurra para sí. Busca ser el único líder de la organización y controlar todo el país, y esta noche seria el principio o el fin…
Observa las esculturas religiosas; sus padres lo llevaban de niño a una iglesia muy parecida en su pueblo natal. Conocía la Biblia de inicio a fin, a todos los santos y sus historias. Recuerda su infancia, ser ayudante del sacerdote del pueblo, su deseo de convertirse en cura, el sonido de armas cortando cartucho y de gritos de alegría de los sicarios lo saca de aquel trance.
“Ya están las balas rezadas, patrón” se acerco uno de los sicarios.
Camina lento por toda la iglesia; sabe que al amanecer sera todo o nada, conseguir ser el líder y acabar con sus rivales y colegas. Lo ha planeado todo, sabe el gran correr de sangre que a llenara las calles, los pueblos. Cada paso resuena en la iglesia al igual que cada paso en su profesión delictiva lo da con suma precisión. Lo sabe, sus enemigos lo saben, por eso lo han intentado asesinar, sin éxito aún, para llegar a la cima debe caminar sobre cadáveres, y eso no le preocupa, ni asusta, esta acostumbrado a pisar cráneos y huesos que se rompen con gusto bajo sus botas.
El líder llega frente al sacerdote, que de reojo observaba en dirección de su recamara, la niña llora y trata de pedir ayuda.
—La encomienda ya está cumplida, hijo mío —dijo el padre Benito ocultando su ansiedad.
Los ojos del líder inspeccionan cada arma húmeda por el agua bendita, pasa sus manos sobre las cajas bañadas, municiones, granadas, lanzacohetes, escopetas, armas largas, bombas. Sus dedos se detienen sobre su Colt .38, recorre sus partes incrustadas en oro y sus iniciales grabadas con diamantes.
—¿Usted cree que el de arriba me proteja? —dice el líder sin dejar de ver su arma.
—Claro, hijo.
—¿Siempre? — observa los cartuchos de su arma
— El Señor todopoderoso te protegerá en todo lo que hagas para siempre.
—¿En todo?
—Así es, hijo, nunca dudes de su gran poder —dice el padre, un poco ansioso, desviando su mirada al escuchar que grita más. El sacerdote no puede controlar su impulso. El líder de los sicarios lo nota.
—Está bien, padre, me ha convencido —dijo el líder, mientras toma su arma.
En un movimiento que el sacerdote no se percata. El arma se posa en la sien del padre Benito. Las gotas de agua bendita que caen del arma resbalan por la mejilla del sacerdote.
Asustado, sin comprender la situación, intenta ver el rostro del líder de los sicarios, rogar por su vida, pero solo mira el arma distorsionarse.
No se sabe si el sacerdote logró escucharlo, pero aquellas palabras rebotaron en cada rincón de la iglesia junto a la detonación:
—Soy el hijo del Todopoderoso.
Las camionetas se alejaron a gran velocidad y volumen a reventar. Las luces se mezclaban en la espesa niebla, cuando la noche es más oscura, en el instante antes del amanecer.
La puerta de la iglesia quedaron abierta de par en par, el padre Benito en el suelo, con el rostro desfigurado, frente al altar, que goteaba la sangre salpicada sobre una biblia abierta.
Las luces se mezclan en la penumbra de la sierra, aquel pueblo se va quedando en la oscuridad, la niebla avanza por cada calle, por las puertas abiertas de las casas del pueblo, sobre los cadáveres de cada familia, la niebla devora todo esta vez para siempre.
Cuento: “Balas Rezadas”
Escrito por: Isaac Contreras
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