Cuento: "El Eclipse" por Isaac Contreras
- isaac contreras
- 7 abr 2024
- 8 Min. de lectura

Mientras Luis distribuía gafas protectoras, el cielo comenzó a oscurecerse lentamente, envolviendo al pueblo en una atmósfera de expectación y silencio reverencial...
24 horas después del eclipse
Reportera: Buenas tardes, Joaquín, y a todo el auditorio que nos ve en vivo, reportando en directo desde el corazón de khalakmul, el epicentro de un fenómeno sin precedentes que ha sacudido a este tranquilo pueblo de México y al mundo entero.
La cámara se mueve brevemente para mostrar las marcas en el suelo de la plaza y un grupo numeroso de soldados limpiando el suelo.
Reportera: Hace apenas veinticuatro horas, lo que comenzó como un eclipse solar, un espectáculo astronómico esperado con entusiasmo por los habitantes de este pueblo y como todos en el mundo, se transformó en una escena de terror absoluto. Detrás de mí, pueden ver la plaza principal, donde numerosos vecinos se reunieron para observar el fenómeno. Sin embargo, en el momento cúspide del eclipse, y permítanme decir lo siguiente con profundo respeto y citando a las personas que estuvieron presentes, lo que nos comentaron fue: que aparecieron brazos gigantescos y comenzaron a atrapar a las personas, arrastrándolas hacia lo que algunos afirmaron era la cara oculta de la luna.
La cámara capta imágenes de objetos personales dispersos y señales de caos, peqeuños charcos de sangre seca que barren los militares, entre las grietas y el suelo rasgado.
Reportera: Según informes, durante esos momentos de máximo terror, algunos de los presentes empezaron a levitar, sí, así como lo escucha, empezaron a flotar, nos comentan que sus cuerpos se desgarraban mientras emitían gritos desgarradores, un acto que ha dejado no solo devastación física sino también un profundo trauma emocional en los sobrevivientes.
La cámara sigue a la reportera que camina hacia un grupo de personas reunidas, algunas con velas y flores, al fondo se observa gran movilización del ejército, periodistas y ayudas internacionales.
Reportera: Las autoridades locales y equipos de emergencia respondieron rápidamente al suceso, y actualmente, especialistas en fenómenos astronómicos y expertos en lo sobrenatural han comenzado a llegar de diferentes partes del mundo, buscando respuestas a las muchas preguntas que este evento ha planteado.
Mientras tanto, la comunidad aquí se ha unido en duelo y apoyo mutuo, intentando comprender la magnitud de lo sucedido y cómo recuperarse de esta tragedia.
La reportera se detiene y mira a la cámara. Al fondo aparece Luis observando al cielo, observa la cámara y nervioso se aleja.
Reportera: Desde khalakmul, este ha sido un recordatorio sombrío de lo poco que sabemos sobre el universo y los posibles peligros que pueden surgir de sus fenómenos más espectaculares.
Continuaremos siguiendo esta historia y les traeremos cualquier actualización tan pronto como la tengamos. Por ahora, soy Mariana Gómez, reportando en vivo para Noticias Plus, de regreso al estudio, Joaquín."
24 horas antes, previo al eclipse
En un pueblito enclavado entre las montañas de México, rodeado de árboles de aguacate y murmullos de aguas cristalinas, la vida transcurría pacífica hasta aquel día en que el sol decidió esconderse detrás de la luna.
Era el inicio de un eclipse solar, un evento que había llevado a la comunidad a congregarse en la plaza principal.
Luis Hernández, un profesor de historia de secundaria, conocedor de las leyendas prehispánicas y de la compleja cosmología azteca, había preparado una charla especial para sus estudiantes y vecinos, explicando la importancia astronómica y cultural de los eclipses en la antigua México. Mientras distribuía gafas protectoras, el cielo comenzó a oscurecerse lentamente, envolviendo al pueblo en una atmósfera de expectación y silencio reverencial.
A medida que la luna se deslizaba sobre el sol, formando una perfecta alineación, la luz ahogándose en la garganta oscura del cielo, un aura de inquietud se apoderó del aire.
Los pájaros, que momentos antes entonaban melodías matutinas, se habían apagado como velas al viento. Una fría brisa se elevaba entre los espectadores, quienes observaban como se formaba la corona solar con una mezcla de asombro y temor.
Luis, mirando el eclipse, sintió un escalofrío que no provenía del viento, sino de algo más profundo y ancestral. Observaba extrañado a su alrededor, cómo una sutil vibración se iniciaba en el aire, una distorsión visual que temblaba como agua sobre aceite.
Luis se percataba de toda la gente del pueblo congregada en la plaza, a sus alumnos emocioandos por el gran fenómeno natural.
El suelo comenzaba a susurrar, palabras indescifrables se filtraban a través de la tierra; Luis giraba a todos lados, parecía que nadie más escuchaba aquello, palabras habladas en una lengua desconocida que parecía retorcer el aire mismo. La plaza se convertía en un coro de susurros que aumentaban de volumen, el mismo aire vibraba con la urgencia de los secretos antiguos liberados.
Luis, impulsado por un miedo visceral y una curiosidad fatal, se abría paso entre la multitud paralizada.
Al acercarse al centro de la plaza, el suelo bajo sus pies se sentía gelatinoso, casi como si caminara sobre el lomo de una criatura vasta y dormida. Con cada paso, los susurros se volvían demandas, clamores de entidades antiguas que conocían su nombre, que lo invocaban con una familiaridad escalofriante.
Luis, cuyas voces aún retumbaban en su mente, se llevaba las manos a la sien por el dolor, respiraba, observaba el suelo como cambiaba de forma, como una serpiente mudando de piel.
El eclipse alcanzó su punto máximo, cuando el sol parecía un ojo negro perforado en el cielo. Los gritos y sorpresas de la gente hacían que Luis mirara hacia arriba; de repente, detrás de la parte oscura de la luna, emergieron decenas de brazos gigantescos, oscuros como la noche e inmensos como montañas. Los brazos se extendían hacia la Tierra con una precisión aterradora y una velocidad vertiginosa, como grandes serpientes, las manos gigantes perforaban los cuerpos de las personas indiscriminadamente, jalándolos tentacularmente hacia la luna.
El horror se desató en la plaza. Gritos de pánico y dolor resonaban mientras intentaban huir, tropezando unos con otros en su desesperación. Otros, bajo una fuerza misteriosa y cruel, comenzaban a levitar. Sus cuerpos se contorsionaban en el aire, pedian ayuda, sus extremidades se estiraban más allá de lo natural hasta desgarrarse en un estallido de agonía, dejando un eco de gritos que se mezclaba con el viento y la sangre llenaba el suelo de la plaza y a los que huían.
Luis, estaba paralizado por el miedo, escucho los gritos de sus alumnos impulsado por un instinto de protección hacia sus estudiantes, comenzó a dirigir a la gente hacia la iglesia, pensando que sus gruesos muros de piedra podrían ofrecer algún tipo de refugio. Al correr, un destello cortaba su mente, un recuerdo de su tatarabuelo, antiguas profecías que hablaban de 'Quetzalcóatl devorando al sol'. Cerró las puertas con ayuda de otros, ahogando los gritos en la plaza y su cabeza. Luis trataba de recordar más, pero nada en los textos sugería tal manifestación de violencia celestial.
Dentro de la iglesia, Luis intentó calmar a los presentes, mientras afuera el caos continuaba. Los brazos serpenteantes seguían arrastrando a más víctimas hacia la cara oculta de la luna, un lugar de leyendas y misterios donde nadie sabía qué destino les esperaba. La gente lloraba, rezaba, pedia milagros , Luis trataba de recordar por algún signo de los antiguos dioses, alguna explicación.
El eclipse comenzó a menguar, y poco a poco, la luz del sol se filtraba de nuevo sobre el pueblo. Los brazos, al perder su fuente de oscuridad, empezaron a retraerse lentamente hacia el cielo, desapareciendo tras la luna que ahora dejaba ver la cara luminosa del sol. El silencio que siguió fue más ensordecedor que los gritos de terror.
Luis salió de la iglesia con cautela, seguido de alumnos y gente del pueblo, observando a su alrededor. La plaza estaba desierta, marcada por la devastación y el sufrimiento; la sangre se acumulaba en charcos y partes de cuerpos desmembrados. Algunos sobrevivientes empezaron a salir de sus escondites, mirándose unos a otros en un estado de shock profundo. Nadie podía comprender completamente lo que había ocurrido, pero una cosa estaba clara: el mundo había cambiado.
En los días siguientes, el ejército, la prensa y la ayuda internacional llegaron mientras el pueblo intentaba recuperarse. Luis dedicó su tiempo a ayudar a las familias delos desaparecidos y a registrar cada testimonio, cada detalle de aquel evento catastrófico. Sabía que la historia debía recordar, debía aprender, aunque la comprensión plena de aquel eclipse sangriento quizás siempre estaría más allá del alcance humano.
Fue en busca de la vieja choza de su tatarabuelo, aquella donde vivió los últimos años en solitario cuando su bisabuelo lo desterró por su locura, Luis se concentraba en aquellas imágenes, aquello que recordaba vagamente de su familia…”
24 años antes,
Una carta no entregada
Santiago Hernández, en su choza en medio de la oscura selva, débil y sentado en la mesa, escribe a su sucesor:
"Al que portará mi estandarte tras mi partida al descanso eterno.
Oh tú, próximo guardián de la eterna vigilia bajo cuyos pies yace el destino del pueblo.
Con la gravedad de nuestro destino compartido, te confío esto, no como una carga, sino como un llamado a preservar nuestra comunidad contra las sombras que vendrán.
Con el respeto y la reverencia que nuestra sagrada posición demanda, plasmo estas palabras cargadas de un destino ineludible y de un conocimiento ancestral que ha morado en las sombras de nuestra venerable comunidad.
Te escribo, sucesor mío, no solo para impartir sabiduría, sino para encomendar a tu cuidado un secreto de poder inmenso.
A ti, como a mí, se te revela ahora una profecía oculta durante generaciones, un legado que debe guardarse con la más absoluta vigilancia y temor reverente.
Un fenómeno que oscurecerá el cielo y abrirá la puerta a los reinos olvidados de los dioses. Durante esta oscuridad, Quetzalcóatl juzgará a la humanidad desde su trono entre las estrellas.
Desde la oscuridad más profunda, surgirán brazos titánicos, como serpientes de una antigua bestia cósmica, buscando la carne de los impuros. Estos heraldos de dolor celestial arrebatarán corazones, almas, arrastrándolas hacia un exilio lunar de desesperación y tormento interminable. Aquellos elegidos por su furia serán desmembrados entre estrellas; sus gritos de angustia serán la lúgubre melodía que resonará a través de los cosmos, un réquiem de cuerpos rotos y espíritus deshechos; su sangre bañará y purificará el suelo, sus corazones se sembrarán en la tierra para dar vida de nuevo.
Con el peso de los cielos oscuros sobre mis hombros, te entrego este legado forjado en las sombras del temor divino y bañado en la luz mortecina de estrellas distantes. Este conocimiento, arrancado de los susurros de Quetzalcóatl, debe ahora morar en tu corazón como una espada preparada para el combate.
Se avecina un crepúsculo maldito, un eclipse que no solo oscurecerá nuestro sol, sino que también desgarrará el velo entre lo conocido y los abismos olvidados. Bajo su negra mirada, la Serpiente Emplumada, tejedor de vida y forjador de muertes, desatará su ira divina.
Esta profecía, escrita con la tinta de un terror insondable, debe ser custodiada con un celo que arda más feroz que el fuego de nuestros ancestros. Es imperativo que fortalezcas nuestra gente, que sus almas estén blindadas con fe inteligente, que se hallen a sí mismos en sus corazones y sus mentes armadas con el coraje de los guerreros de antaño.
Debes prepararte, preparar a nuestro pueblo, fortalecer los espíritus y las mentes contra las pruebas que sin duda vendrán.
Este será tu deber, como ahora es el mío, mantener esta vigilancia, asegurar que cada generación esté más preparada que la última.
Preserva esta carta como si fuera el último aliento de nuestro pueblo, en el santuario más sagrado, entre reliquias y meditaciones.
Debes transmitir este mensaje cuando sea la hora exacta, así como tú estás leyendo ahora, que el destino decida llamar, hasta que el ciclo del tiempo se desvanezca en el infinito.
Que los vientos ancestrales guíen tus pasos entre la luz y la sombra, y que el eco de nuestra vigilancia resuene más allá de la muerte.
Que los dioses antiguos te guíen en la sabiduría y la fuerza.
Con inquebrantable respeto,
Te entrego estas palabras como a mí me las entregaron y como tú las entregarás.
In'Lak ech, Hala Ken
Cuento: “El Eclipse”
Escrito por: Isaac Contreras
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