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Cuento: "El Hedor" Escrito por: Isaac Contreras




 

Una ráfaga de viento arrastraba el olor nauseabundo de basura podrida y desinfectante, una mezcla grotesca que impregnaba el aire y se quedaba pegada en la piel. 


La pandemia había transformado la ciudad en un páramo desolado, y la noche, refugio de quienes aún se atrevían a salir, caía con un manto de incertidumbre y miedo.


Rafael lo sabía de primera mano, jadeando bajo su mascarilla, con el eco de sus pasos resonando en las paredes del callejón. Acababa de salir de su turno nocturno en el hospital, agotado, con la mente nublada por el cansancio y el estrés extremo de esta enfermedad global. Solo quería llegar a su departamento, revisar si quedaba algo de comer y dormir. En realidad, solo dormir, poder descansar al menos un par de horas seguidas. De repente, un crujido a sus espaldas lo hizo detenerse en seco. El olor a carne podrida se intensificó. Revisó su cubrebocas: era nuevo. ¿Acaso era reminiscencia de…?


—¿Quién anda ahí? —preguntó Rafael con la voz temblorosa, girando sobre sus talones.


La respuesta fue un silencio sepulcral, roto solo por el susurro del viento entrando por el callejón. Rafael sintió un escalofrío recorrerle la columna al llegar el olor de basura. Avanzó nervioso, y entonces lo vio: una figura encorvada, envuelta en harapos, rebuscando en las pilas de bolsas de basura. El hedor era insoportable, como si mil cuerpos en descomposición se agolparan a su alrededor.


—¡Oye, tú! —gritó Rafael, tratando de mantener la calma—. ¿Necesitas ayuda?


La figura desproporcionada se enderezó lentamente, revelando un rostro demacrado y cubierto de llagas. Los ojos, hundidos en las cuencas, destellaban con una luz febril. Antes de que Rafael pudiera reaccionar, la criatura emitió un gemido gutural y se abalanzó sobre él con una velocidad inhumana.


Rafael intentó huir, pero sus pies torpes hicieron que cayera al suelo, luchando desesperadamente por levantarse. El olor a podrido lo envolvía, provocando náuseas intensificadas por el peligro. Un golpe pesado sintió sobre su espalda, como una losa gigante. Una bota rota presionaba su cuerpo con fuerza, sintiendo los huesos reventarse sobre el pavimento. Su ropa y mascarilla absorbían cual esponja el líquido putrefacto de la basura que caía de aquel extraño sujeto.


Rafael sentía las manos huesudas, cual jeringas y sucias, arañándole la piel. Estiraron la mascarilla de Rafael lentamente en un movimiento agónico, hasta reventarla. La figura la examinaba.


Rafael gritó con todas sus fuerzas, pateando y golpeando, hasta que logró liberarse y rodar hacia un lado. Se levantó tambaleante, con la respiración agitada, mareado por el olor nauseabundo y el corazón latiendo desbocado, dando pequeños y acelerados saltos tratando de orientarse y sobre todo buscando una salida para huir.


La figura se levantó. Rafael, aterrado, descubrió que no estaba sola. De las sombras emergían más como ella, una horda de cuerpos descompuestos que se acercaban lentamente, arrastrando los pies y acarreando aquel putrefacto olor.


Rafael se abalanzó sobre dos de ellos, logrando huir. Sus pulmones ardían por el esfuerzo y el miedo. Detrás de él, los gemidos y los pasos tambaleantes resonaban como un eco siniestro a lo largo del callejón.


El olor era peor que nunca, una mezcla de podredumbre y desinfectante que le quemaba la garganta y los ojos.


Doblando una esquina, vio un destello de esperanza: una puerta entreabierta, un pequeño rayo de luz que se filtraba en la oscuridad. Sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia ella, cerrándola de golpe tras de sí. Se apoyó contra la puerta, temblando, escuchando los golpes y rasguños del otro lado.


Dentro, el aire era espeso y el olor a humedad y moho le recordaba a un sótano olvidado o peor, a los congeladores donde había estado estos últimos meses en el hospital limpiando. Se giró lentamente, esperando encontrar refugio, pero lo que vio le heló la sangre. Filas de camas hechizas de basura ocupadas por cuerpos inmóviles, sus rostros ocultos bajo pilas de basura. Un zumbido crecía y llenaba la habitación.


Los sentidos desorbitados, la cabeza de Rafael quería explotar de dolor. No podía creer por qué sucedía esto. Rafael notó el leve movimiento de los cuerpos, como un latido sincronizado. El eco de un golpe, inmóvil, la mirada al frente, el olor de los desperdicios, la rugosidad de la puerta de madera sobre sus huellas sosteniéndola y la sangre derramándose por su cuerpo fue lo último que sintió Rafael.


Aquella figura con fuerza intentaba destrabar el hacha del cráneo de Rafael y de la puerta. El cuerpo resbaló por la puerta. Los cuerpos comenzaron a levantarse, y el hedor se hizo insoportable.


Los ojos febriles se volvieron hacia Rafael, y comprendió con horror que no había escapatoria. Los señores de la basura reclamaban a su nuevo huésped.


La noche se tragó sus gritos, ahogándolos en el hedor a podrido que emanaba de las montañas de basura que rodeaban el callejón. La luna, una bola pálida en el cielo negro, era la única testigo de la brutal escena que se desarrollaba a sus pies.


Cuento: “El Hedor”

Escrito por: Isaac Contreras

Laberinko ®

 
 
 

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Guest
Jun 08, 2024
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