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Cuento: "Huésped" Por Isaac Contreras




La entrada de la Horizon fue un espectáculo apocalíptico. Fragmentos de la nave surcaban el cielo, dejando rastros de fuego en la atmósfera nocturna.


Desde el centro de control en Houston, las pantallas mostraban lecturas confusas, como si las cápsulas de emergencia no obedecieran las leyes básicas de la física. La comunicación con la tripulación se había cortado minutos antes del descenso, dejando solo un último mensaje de audio del comandante Mark Halden:


"No somos nosotros... Si regresamos, no somos nosotros.”


Las palabras se repitieron una y otra vez, llenando la sala con un eco fantasmal hasta que la transmisión se cortó por completo.


Nadie en el centro de control entendió qué significaba aquello.


Antes de la tragedia


Desde hacía décadas, la NASA no capturaba la atención del público de forma tan masiva. La misión Horizon a Marte había sido un espectáculo mediático, el regreso triunfal de la exploración espacial a los titulares de todo el mundo. Las redes sociales estallaban con cada actualización, y millones de personas estaban pegadas a sus teléfonos, tablets y televisores, siguiendo el regreso de los astronautas como si fuera el final de una épica serie de ciencia ficción.


En los días previos, los programas de noticias organizaban mesas redondas con científicos, historiadores y hasta celebridades para debatir sobre el impacto del descubrimiento en Marte. Horizon no solo era una misión de exploración; era la esperanza de la humanidad de que no estábamos solos.


La tragedia


Las transmisiones en vivo mostraban el descenso de la nave hacia la Tierra. La Horizon entró a la atmósfera terrestre como una bestia herida. Fragmentos de metal se desprendían en llamas, iluminando el cielo nocturno con rastros de fuego. Las cápsulas de emergencia se activaron, aunque el procedimiento era inesperado, los comentaristas explicaban con tranquilidad que se trataba de una medida de precaución. La gente seguía viendo, emocionada, como si el desenlace fuera un clímax cuidadosamente planeado.


Sin embargo, las cápsulas se alejaron en direcciones opuestas. Algo en las imágenes transmitidas comenzó a inquietar a los espectadores. Las señales eran erráticas, las cámaras mostraban ángulos extraños, giraban en busca de las cápsulas. Algo ocurría, y desde la sala de controles buscaban respuestas. Las grandes pantallas cambiaron a estática acompañada de un zumbido bajo que parecía casi un susurro.


Entonces llegó el último mensaje de audio del comandante Mark 

Halden:

"No somos nosotros... Si regresamos, no somos nosotros.”


La transmisión se cortó, dejando al mundo en un silencio, roto solo por los murmullos de los presentadores que intentaban mantener la calma.


En un campo de maíz en Yuma, la cápsula del comandante Halden se estrelló con un estruendo sordo, lanzando una nube de polvo y escombros. La superficie metálica brillaba bajo la luz de la luna, deformada como si algo la hubiese golpeado desde dentro. Tom Walker, un agricultor local, llegó al lugar atraído por el ruido.


Tom se acercó con cautela. Había visto las noticias, sacó su celular para transmitir en vivo, no imaginaba que sería parte de la historia, tener las primeras imágenes del astronauta antes que nadie.


La cápsula siseó al liberar gases comprimidos. La compuerta se abrió con lentitud, emitiendo un sonido bajo y ominoso, casi como un lamento.


Del interior emergió una figura tambaleante. Mark Halden, vestido con su traje espacial desgarrado, se detuvo frente a Tom. La figura alzó la cabeza, el casco empañado desde el interior.


—¿Se encuentra bien, Capitán? —preguntó Tom, aunque su instinto le decía que corriera.


Una Mes antes de la tragedia


Marte había sido un sueño convertido en realidad. Los astronautas de la Horizon eran héroes, exploradores del siglo XXI. Sus descubrimientos prometían revolucionar la ciencia: hallazgos enterrados bajo siglos de polvo rojo.


El mundo observaba con admiración mientras los astronautas transmitían en vivo su caminata por una de sus expediciones. 


Halden había bromeado, apuntando su cámara hacia una roca cubierta de extraños rasgos.


"Parece una advertencia. Espero que no diga algo como 'No abrir esta puerta’, hahahaha”.


La risa resonó en el canal de audio.


Horas después de la tragedia


Mientras tanto, en Houston, los científicos analizaban frenéticamente los datos finales de la Horizon y su accidente.

 

Algo en las lecturas no tenía sentido: las señales biométricas de los astronautas eran normales hasta justo antes de la reentrada, cuando empezaron a registrar anomalías imposibles.


—Miren esto— dijo la doctora Elena Chavez, señalando un gráfico en la pantalla—. Sus frecuencias cerebrales… ¿no son humanas? El equipo se quedó en silencio.


Al otro lado de la sala de control, un técnico analizaba un de la misión un mes antes.


La grabación mostraba a los astronautas de regreso en el laboratorio en Marte, con una pequeña muestra de suelo marciano en un contenedor, mientras celebraban. La tierra roja parecía vibrar, como si respondiera a la presencia humana.


Las otras cápsulas se habían estrellado sobre el cerco fronterizo de Estados Unidos y México. Sus ocupantes, Elena Rodríguez y Samuel Park, caminaban por las calles desiertas con movimientos antinaturales. Sin sus cascos, la piel del rostro reflejaba un brillo opaco, sus voces eran ecos fragmentados de lo que solían ser.


Un grupo de curiosos del pueblo se reunió alrededor de ellos. Un niño se despegó de su madre, corrió hacia uno de los astronautas, emocionado por conocer a los "héroes espaciales”.


Elena se giró hacia él con un movimiento abrupto, su cabeza inclinándose en un ángulo imposible, susurró con una voz múltiple, como si dentro de ella hablasen varios.


Antes de que nadie pudiera reaccionar, Elena extendió la mano y el niño cayó al suelo, inerte.


En el laboratorio de la NASA, uno de los científicos examinaba las últimas muestras traídas de Marte, enviadas antes del desastre. Bajo el microscopio, vio algo que la hizo retroceder: los granos de suelo marciano no eran inertes. Se movían, reorganizándose en patrones que parecían jeroglíficos.


—Es un lenguaje, ¿se activaron? ¿Siempre se movieron? —murmuró—.


Intentó llamar a la doctora Chavez, de pronto, las luces del laboratorio parpadearon. Las cámaras que monitoreaban las zonas de aterrizaje comenzaron a transmitir imágenes perturbadoras: los astronautas atacaban a las personas.


Mientras los primeros informes hablaban de los astronautas sobrevivientes, algo mucho más extraño comenzó a ocurrir.


Aquellos que tuvieron contacto con los astronautas pronto mostraron comportamientos inexplicables. Sus movimientos se volvieron antinaturales y rígidos, todos, sin excepción, parecían dirigirse a gran velocidad hacia campos abiertos. Testigos reportaban cómo estas personas se agachaban, comenzando a rasgar el suelo con sus propias manos.


Los drones enviados para observar desde el aire mostraron algo más inquietante. En cuestión de minutos, los infectados habían trazado figuras geométricas en los campos. Desde arriba, las imágenes mostraban patrones perfectamente simétricos: círculos, espirales y líneas que se cruzaban en ángulos precisos.


—No puede ser casualidad —dijo la doctora Elena Chavez en Houston, mientras observaba las transmisiones en vivo, junto a imagenes de archivo de la exploración de marte. 


—No lo es —respondió un analista—. Estamos recibiendo señales desde los drones. Los patrones son mensajes encriptados.


—Están buscando algo —dijo Chavez en voz alta.


El equipo científico trabajaba frenéticamente para descifrar los patrones. Las figuras no eran simples; contenían matrices de datos que parecían organizadas en un sistema desconocido. Al mismo tiempo, los infectados seguían llegando a los campos, rasgando la tierra con una obsesión casi religiosa, como si obedecieran a un mandato invisible. Desde un helicóptero militar, un operador observó cómo los infectados formaban una nueva figura. El contorno de la figura era distinto de las anteriores. Esta vez, no parecía un símbolo geométrico, sino un mapa.


Chavez analizó las imágenes mientras una sensación de horror se apoderaba de ella.

—Están marcando ubicaciones. Esto no es solo un mensaje... Están indicando lugares específicos.


Un analista se acercó corriendo a la doctora Chavez, era urgente; había decodificado un poco más el video. La doctora revisó el mensaje final del comandante Halden:

"Si regresamos, no somos nosotros. Marte no está muerto. Solo estaba esperando un huésped.”


La transmisión se interrumpió de nuevo. Desde las cápsulas, una nueva señal emergió, una frecuencia que no era humana ni terrestre.


El espectrograma se mostró en las grandes pantallas de la sala de control en Houston.


Las transmisiones desde los drones comenzaron a registrar sonidos provenientes de los campos: un zumbido rítmico que resonaba como un eco del espacio exterior.


Las figuras en los radares térmicos en los campos se multiplicaban, extendiéndose a lo largo de kilómetros.  Lo que en un principio parecía un acto de locura colectiva comenzaba a tomar forma como una estructura coordinada.


Chavez observó las lecturas biométricas de los infectados y de los astronautas originales. Sus ondas cerebrales se habían sincronizado perfectamente.

—No están actuando solos. Esto es una red. Una conciencia compartida. Uno de los analistas interrumpió.

—Doctora, acabo de correlacionar las ubicaciones de las figuras con mapas astronómicos. Las coordenadas coinciden con constelaciones.


La doctora Chavez, mientras observaba la pantalla y analizaba los patrones, el caos y señales que provenían de los campos, hizo un descubrimiento aterrador. Los mensajes encriptados que los astronautas y los infectados estaban dejando no solo eran una forma de comunicación, sino una llamada para algo más grande, algo que había estado esperando en silencio.


Con un escalofrío recorriéndole la columna vertebral, Chavez se dio cuenta de que, a través de la transmisión de datos de la NASA, era el conducto para recibir el mensaje. No eran solo los astronautas los que habían llegado, sino algo mucho más siniestro, algo que ahora respondía. La sincronización de las frecuencias, los patrones geométricos y las coordenadas astronómicas no eran coincidencias: era el preludio de un descenso hacia la Tierra.


Desesperada, la doctora miró a su alrededor, con los ojos desorbitados, como si la gravedad del descubrimiento la hubiese golpeado con fuerza. En un susurro tembloroso, ordenó a los presentes:


—Apaguen todo. No podemos permitir que esta señal siga. Un apagón global, ahora. Apaguen todas las transmisiones. ¡Rápido!


Pero ya era demasiado tarde. La señal había sido recibida. La invasión estaba en marcha.



Cuento: “Huésped”

Escrito por: Isaac Contreras

Laberinko ®



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