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Cuento: "La Misión" por: Isaac Contreras








 

Dos figuras emergían entre los árboles con la desesperación de quienes conocen el sabor del miedo. Eran soldados, ahora reducidos a sombras heridas huyendo de un horror en medio de aquella selva.


El sargento cojeaba, su pierna tenía una herida que se estaba poniendo muy grave, lo sabia el teniente que lo ayudaba a caminar, cargándolo sobre su hombro.


El teniente le decía que no podían detenerse, no ahora, desesperado buscaba una ruta la cuál seguir, mientras caía el vendaje improvisado que cubría el lugar donde antes tenía el ojo derecho.


El dolor y el cansancio en cada paso eran inmensos, como aquella selva donde estaban perdidos. La noche había caído sobre ellos como un manto pesado.


El frío se adhería a sus cuerpos temblorosos como una segunda piel, y el sonido de la vida salvaje era un constante recordatorio de que no eran bienvenidos.


Decidieron detenerse; o mejor dicho, sus cuerpos ya no aguantaban un paso más, necesitaban descanso, aunque fuera breve. Hace días que se habían perdido de su batallón por aquel horror inhumano, por aquellas criaturas monstruosas.


Acamparon, el fuego que encendieron parecía un faro minúsculo en comparación con la oscuridad devoradora que los rodeaba, sobre una jaula verde que no tenía final.


El fuego crepitaba, la mirada perdida tratando de no recordar, pero era imposible, aquellas terribles imágenes que vivieron con el batallón, aquellos gritos de sus compañeros, el ataque  sorpresa de aquellas horribles criaturas. Los dos temblando, mirando en la fogata una danza  de sombras y luz, de cuerpos desmembrados de sus compañeros. 


El fuego recordaba la misión, todo había salido mal, nadie imaginaba que esas cosas monstruosas existían. El teniente recordaba el objetivo de la misión. ¿Se habrán equivocado los helicópteros al dejarlos en la zona incorrecta? ¿Los de mayor rango en el ejército sabrán de estas criaturas? ¿Cómo avisar a los demás de que no entren a esta selva? Era uno de los motivos para escapar de ese lugar,  huir de todo aquello.


Por su parte, el sargento, en el delirio del dolor imaginaba todos los helicópteros y aviones del ejercito, quemando todo este lugar, acabando con este lugar maldito, con las aterradoras criaturas. No importaba que él se quemara en el infierno con ellas, sonreía, por un momento le ofrecía un efímero consuelo.


Fue entonces cuando debajo de la fogata, comenzó a temblar la tierra. Los soldados se miraron, el horror reflejado en sus ojos, el teniente le indicó que guardará silencio con un gesto. 


Tomaron sus armas desesperados, la tierra temblaba debajo de ellos.


El sargento miró su pierna putrefacta, no quería huir más, no quería vivir más el terror de todo aquello que los perseguía, aquellas horribles criaturas que mataron a todos sus compañeros. 


Se puso el arma en la boca, intentó quitarse la vida. El teniente, asustado, apuntando en todas las direcciones, miró a su compañero, le gritó que no lo hiciera, estiró su mano para detenerlo.

La fogata que los dividía se hundió en una abertura que se formó de repente. El disparo falló en su objetivo, el arma salió de la boca del sargento cuando los dos soldados fueron devorados en una vasta y grotesca cavidad debajo de ellos.


Su pequeño fuego ardía e iluminaba el terror de un abismo. Entre gritos y llanto, los soldados caían observando aquella cavidad llena de miles de dientes afilados como cuchillas.


El fuego se extinguió, como quien sopla una vela de un pastel con la fuerza de un huracán. Fue cuando escucharon el rechinar de los dientes golpeándose violentamente.


Decenas de sombras se lanzaban al abismo, los soldados disparaban mientras descendían a gran velocidad. La explosión de los disparos iluminaba por instantes aquellas criaturas que los rodeaban, con sus extrañas formas que parecían lenguas con brazos y piernas pequeñas con grandes bocas que no dejaban de golpear sus dientes hasta destruirse a sí mismos.


Los gritos y el terror del sargento se reflejaban en el único ojo que le quedaba al teniente, que observaba cómo las terribles criaturas devoraban a mansalva el cuerpo del sargento, quien miró por un instante al teniente, con su fuerza le estiraba su mano pidiéndole ayuda.


El teniente quería que todo terminara y así fue. Disparó una bala al sargento que le atravesó el ojo y le destrozó el cráneo. 


A las criaturas no les importó y en un enjambre devoraban el cuerpo del sargento y entre ellas.


Los disparos y gritos restantes del teniente creaban un espiral de luz fugaz en caída libre que iluminaba a millares de pequeñas criaturas que rodeaban al teniente hasta perderse en la oscuridad absoluta.

 
 
 

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