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Cuento: “Menos peces en el mar", Escrito Por: Isaac Contreras




El viento salado del Pacífico golpeaba el malecón de Ensenada. Eran las tres de la madrugada cuando el detective Santiago Valdés recibió el mensaje:


"Puerto, muelle tres. Cinco minutos. Solo."


No necesitaba más para saber que era una trampa. Pero si había algo que lo mantenía despierto después de tantos años en la fuerza, era la adrenalina de un caso sin resolver. Y este, el asesinato del periodista Emiliano Ferrer, olía a pólvora y a mentira.


Aceleró su sedán negro por la Costera hasta el puerto. Apagó las luces antes de entrar y bajó con la mano lista sobre la pistola. El muelle estaba desierto. Solo el crujir de las maderas viejas y el golpeteo del agua contra los botes.


Entonces, un clic.


—Siempre cumpliendo con tu palabra, Valdés.


La voz provenía de la oscuridad. Santiago no giró de inmediato. Lo había aprendido en las calles: quien mueve la cabeza primero, pierde.


—Baja el arma —dijo el detective.


—Tarde para negociar ¿No crees?


Santiago sintió el frío del metal en su nuca. Pero en el reflejo del agua vio la silueta del hombre armado. Reconoció su chaqueta de cuero y su andar torpe.


—¿…Mateo? —preguntó, despacio.


Mateo Vargas, un policía corrupto que había desaparecido semanas antes por un encuentro entre miembros de carteles en la ciudad. Se rumoraba que trabajaba para el Cártel del Mar, los dueños silenciosos del puerto.


—Te advertí que no investigaras lo del periodista —dijo Mateo.


—Pos, ¿qué se le va a hacer? Creo que no te escuché aquella vez… —respondió burlonamente Valdés.


—Entonces que te lo repita él… —se escuchó el clic del seguro del arma.


—¿Dónde está? —dijo el detective.


Vargas se echó a reír y apuntó con el arma al fondo del mar. Se acercó al detective y lo imitó con frases sarcásticas y burlonas.


—Allá abajo, cantando con los pececitos.


Santiago calculó la distancia. Un metro. Lo suficiente para intentarlo. Cerró los ojos.


Giró de golpe, desvió el arma con la mano izquierda y golpeó con el codo derecho. Mateo disparó al aire. El estruendo rompió la noche.


Junto al foco del poste, entre sombras, forcejearon. El reflejo de sus cuerpos tembló en el mar.

Minutos después, el detective ya lo tenía contra el suelo.


—¡Dime quién mató a Ferrer! —gruñó, estrellando su cara contra las maderas. Astillas se clavaban en la mejilla de Vargas.


Mateo escupió sangre y sonrió. El detective lo giró, cara a cara.


—Ya lo sabes… —susurró Mateo, aún sonriendo.


Las luces y el motor rugieron detrás de ellos. Una SUV negra avanzó a toda velocidad por el muelle.


Santiago apenas tuvo tiempo de lanzarse al agua antes de que las balas silbaran donde él estaba.


Mateo no tuvo la misma suerte. Tres impactos en el pecho.


Cayó sin vida, flotando en el muelle.


Bajo el agua, Santiago aguantó la respiración. Si salía, estaba muerto.


La SUV se detuvo. Bajaron algunos hombres. Segundos después, se alejaron en la camioneta.


El detective creía estar a salvo, pero entonces vio algo brillar.


Burbujas de oxígeno subieron a la superficie.


Los ojos incrédulos de Santiago se abrieron.


Llevó su mano derecha al pecho y sintió el arpón que lo atravesó.


El faro de la lancha lo iluminó desde la superficie. Miró el agua teñirse de rojo.


Desde la lancha, una sombra rebobinó la cuerda del arpón.


—¿Pensaste que esto iba a terminar de otra manera?

Santiago intentó sonreír con burla, pero solo consiguió escupir burbujas de sangre.


El motor de la lancha rugió. El detective fue arrastrado por el fondo del mar.


Su cuerpo salió a la superficie mientras el arpón se rebobinaba. Las olas empujaban la lanza más dentro de su cuerpo. El detective gritó de dolor.


Mientras lo arrastraban, miró hacia la lancha. Sobre ella, el cadáver de Mateo Vargas. Giró con dificultad para ver cómo la embarcación se alejaba del puerto, engullida por la oscuridad.


Entonces, un BOOM retumbó en el puerto. Las lanchas estallaron.

Sus ojos se abrieron. La luz los llenó.


Al amanecer, decenas de peces muertos flotaban en el muelle. La policía acordonaba el lugar mientras los periodistas reportaban la versión oficial:

"Un pescador borracho había estrellado su lancha. Los contenedores de gasolina y diésel explotaron."


No hubo menciones de disparos.

Ni de un periodista desaparecido.

Ni de un policía corrupto.

Mucho menos de un viejo detective a punto de jubilarse.


El puerto despertó como si nada hubiera pasado…

Solo con menos peces en el mar.


Cuento: “Menos peces en el mar”

Escrito por: Isaac Contreras

Laberinko ®

 
 
 

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