Cuento: “Sé como el agua” por: Isaac Contreras
- isaac contreras
- 28 abr 2024
- 4 Min. de lectura

Mientras el vapor se elevaba de su taza, los ojos de Eleanor se posaban en aquella escena que miraba de lejos: la madre limpiando y rezando anécdotas ante la urna del abuelo de Eleanor, colocada con reverencia en un pequeño altar, en la sala. Hoy era un año más del aniversario luctuoso, casi los mismos años de muerto que de vivo.
Eleanor estaba de visita en la casa de su madre, tomando té en la tranquila sala de estar. Era una tarde nublada en las afueras de Londres, donde una neblina perpetua parecía mimetizarse con el estado de ánimo de Eleanor, pero no por su abuelo.
Eleanor, una filósofa consumida por la búsqueda de la verdad absoluta, vivía su vida como una constante meditación sobre la realidad y sus enigmas. La idea de que todo cuanto percibía podría ser una ilusión creada por alguna entidad malévola la obsesionaba profundamente. La vista de la urna, el rostro de su madre lloroso, afuera por la ventana presagiando una lluvia torrencial, una ciudad, su gente, un pensamiento colectivo, una realidad y lo que ella contenía, no hacía más que intensificar sus sospechas y su inquietud: ¿acaso no podría ser también esa ceniza una fabricación, un simple polvo sin significado, dispuesto para engañarla?
A medida que la tarde avanzaba y la luz luchaba por filtrarse a través de la densa capa de nubes, Eleanor caminando a la parada del taxi, se sentía cada vez más atrapada en su propio laberinto de dudas. La neblina no solo cubría el cielo sino que parecía invadir su mente, tejiendo una capa tras otra de incertidumbre sobre la realidad de su mundo, se acomodaba la mochila al hombro mientras hacia la parada.
La hipótesis del 'genio maligno' la perseguía cada noche en sueños: un ser omnipotente y malicioso que manipulaba cada aspecto de su percepción para engañarla, para hacerle creer en un mundo que no era más que una extensa farsa. Estos pensamientos comenzaron como una mera especulación teórica en sus años de universidad, pero pronto se convirtieron en una creencia arraigada, una convicción que corroía su realidad, desde hace años.
Eleanor empezó a dudar de todo: los rostros de las personas que conocía se torcían en grotescas máscaras cuando ella los observaba demasiado tiempo; las calles de la ciudad parecían reconfigurarse a sus espaldas. Las leyes de la física flaqueaban de formas sutiles que solo ella parecía notar. Un día, el agua de su vaso fluyó hacia arriba, desafiando la gravedad, solo para volver a la normalidad cuando intentó grabarlo con su cámara.
Con el tiempo, se volvió reclusa, temiendo que cada interacción, cada objeto, cada momento no fuera más que una mentira impuesta por el “genio maligno”. Su departamento se convirtió en su cárcel y su santuario, el único lugar donde creía poder estudiar el engaño sin interferencias directas del ente malicioso. Pero incluso aquí, las paredes parecían susurrarle secretos oscuros en lenguajes que no entendía.
Noches antes, mientras volvía a sumergirse en antiguos textos filosóficos y místicos, encontró una referencia a un ritual arcano que prometía revelar la verdadera naturaleza del universo. Desesperada por descubrir la verdad, Eleanor lo preparó todo meticulosamente, siguiendo cada paso con precisión obsesiva.
En el taxi, volvía a leer aquel texto antiguo. El ritual exigía cenizas humanas, un acto de osadía que mezclaba lo profano con lo sagrado. Eleanor miraba su mochila para confirmar lo que había hecho; ahí estaba junto a ella y el altar vacío esperando llenarse por aquel grito de su madre al descubrirlo.
Cerro con fuerza la puerta del departamento, puso candado para no ser interrumpida… comenzó el ritual en el centro de aquel pequeño cuarto, dibujó un círculo de extraños símbolos con las cenizas de su abuelo, sal y extraños objetos que demandaba el texto antiguo. Eleanor dejo la urna en el suelo, tomo el libro y comenzó a recitar aquellas palabras.
La luz del departamento empezó a parpadear, el aire se cargó de electricidad y la realidad se distorsionaba, como una tela demasiado tensa a punto de rasgarse.
Fue entonces cuando lo vio —o creyó verlo—: una figura reflejada apenas perceptible al borde de su visión, una sombra que se burlaba de su desesperación y anhelo de verdad.
—¿Quién eres? —gritó Eleanor al vacío, su voz quebrada más por la esperanza de respuesta que el pánico que su cuerpo emanaba.
La figura se acercó, y con cada paso, la realidad a su alrededor parecía desmoronarse aún más, como si el mero hecho de su presencia corrompiera el tejido mismo del mundo.
—Soy aquello que has buscado, aquello que tanto temes —respondió una voz que resonó no solo en la habitación, sino cubriendo su propia mente. —Y todo lo que has visto, todo lo que has experimentado, no es más que un susurro de lo que puedo hacer.
Eleanor, temblando, se armó de valor y enfrentó a la figura.
—Muéstrame la verdad. Muéstrame lo que es real —demandó, con la voz llena de un desafío temerario.
—La verdad es que no estás lista para verla, ni lo estarás jamás. La realidad es que tu búsqueda de certezas es en sí misma una ilusión.
Con esas palabras, la figura desapareció, dejando a Eleanor en un mundo que ahora se sentía aún más vacío y falso que antes.
En un acto de desesperación y rabia, Eleanor comenzó a destruir los objetos a su alrededor, cada libro y cada artefacto que había coleccionado en su búsqueda de la verdad, era arrojado con furia y tristeza. Con cada objeto que se rompía, una brecha en la realidad parecía abrirse, un destello de algo más allá, las paredes se derretían, la existencia de Eleanor creando un vacío atrapado en el último grito de Eleanor al arrojar la urna del abuelo contra el suelo.
La lluvia comenzó lentamente a golpear la ventana.
Sobre sus rodillas, con el departamento destruido, Eleanor levantó la vista, se enfrentó al espejo, el último testigo de su desmoronada realidad.
Suspiró, se puso de pie lentamente, la lluvia aumentaba, con sus manos sacudía en pequeños gestos su pantalón y suéter de los fragmentos adheridos de la urna.
"Si la realidad es una ilusión," murmuró Eleanor, "entonces yo crearé la mía..." con un grito que mezclaba rabia y esperanza, corrió.
El cristal se hizo añicos.
La habitación quedó en silencio, los pedazos rotos reflejaban una quietud vacía. Afuera comenzaba a caer con fuerza la lluvia en las afueras de Londres.
Cuento: “Sé como el agua”
Escrito por: Isaac Contreras
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